mi retiro espiritual, que no fue tal

Els Hostalets de Balenyà

Els Hostalets de Balenyà, es un pequeño pueblo de la provincia de Barcelona, en la comarca de Osona, al sur de la Plana de Vic. Tiene una población cercana a los 4.000 habitantes, pero muy poco interés cultural. Y es en este pueblo donde mi amigo Pep, me ha dejado su casa para vivir mientras el cuerpo aguante. Acepté su invitación y para allá que me fuí con la camper,  pero esta vez sin mis perros. En realidad, fui porque mi amigo se iba de viaje y alguien tenía que cuidar de Tro y Taki, mientras Pep estaba fuera, pero otro motivo para decidirme a ir, fue para hacer unas grabaciones musicales que tengo pendiente, y el desarrollo de un libro. Y lo digo ahora, no hice ni una cosa ni otra. Tan sólo conseguí ponerle título a mi próximo libro, que se llamará «Contigo, De 8 a 3» y que narra los devaneos de mi último amorío, y eso ya fue mucho.
Llegué a casa de Pep un día antes de lo  previsto, así pude aprender como funcionaban todos los aparatitos de su casa, que aunque no tiene muchos, y siempre hay que saber dónde está el grifo que riega el huerto, dónde se vuelca el compost, cómo funciona el agua caliente, y esas otras cositas que hacen que la vida en una Masía catalana, o casa de campo, sea más llevadera, y como no, aprender a encender el fuego de la chimenea.
A pesar de haber estado varias veces en la casa, nunca había ido a lo que es el pueblo en sí, hasta que me quedé sin Insulina, y tuvimos que recorrer varios pueblos, para no encontrar la que buscaba. Esta vez no me acompañó Juan Catalán en la búsqueda, como en otras ocasiones, sino que fue Pep quien me hizo de chofer y Cicerone por la comarca. Dándonos por vencido tras la infructuosa búsqueda del dichoso medicamento. No es muy normal que me deje la Insulina en casa, pero como es lo último que recogo al empaquetar, ya que tiene que mantenerse en frio, la volví a olvidar, así como la almohada, dos cosas imprescindibles para disfrutar de mis viajes y que casi siempre me olvido. La casa es una maravilla, aunque algo vieja, y está rodeada por campos. Como único vecino tengo una pequeña granja particular donde crían algunas ovejas y cabras, por lo demás, huelga decir que no hay ni un alma a la vista, salvo algún viejo senderista que pasa por delante de casa, y con el que hablo de vez en cuando, para no volverme loco.
Mi vida sería muy tranquila sino fuese por el Tro, que es un perrito mezcla de razas,  padre Border Colling y madre Seter Engled, de seis meses de edad, y que no se está quieto en todo el día. Si le dejas suelto se escapa por detrás de la casa, donde no hay vallado, y hasta que el señor no quiere volver, ahí me tienes a mí, sufriendo por si acaso no vuelve en serio. Menudo disgusto sería si se pierde o alguien se lo lleva. Con el alma en vilo me deja hasta que no aparece. En cambio Taki, el gato, es otro cantar, mientras estoy en casa está todo el día enredando entre mis pies, o subiendose a la mesa donde como, cosa que a Pep no le gusta, pero como nos ha dejado solo, que él vuelva a educarlo cuando vuelva. Entre el perro y el gato estoy entretenido todo el día. Lo primero que hago por las mañanas es sacar al Tro fuera de casa, pues duerme en la entrada, tras la enorme puerta de madera que tienen estas casas de campo, sobre su colchón. Una vez que consigo que cague y mee, e intento que no escape, volvemos a casa, y preparamos un desayuno para los tres, luego nos vamos a caminar por uno de la multitud de senderos que hay en la zona, y con un mapa en el móvil, nos vamos guiando. El camino es casi una tortura, pues Tro se vuelve loco cuando le dejo suelto, sale corriendo como una bala, y con el instinto de cazador heradado de su padre, busca en los campos y árboles alguna presa. La gente que vive en las masías cercanos, ya deben pensar que estoy loco, pues me paso toda la mañana gritando, Troooooooooo, y con el pito silbando cada vez que desaparece de mi vista. Es así todo el tiempo. Tro se escapa y yo grito y toco el silbato.

 

Santuari de la Mare de Deu de L'Ajuda

Está situada a las afueras de Balenyà, 41° 49′ 17″ N, 2° 13′ 22″ E, y se tienen noticias escritas desde el 955 como la villa rural llamada «Balagnans». Hay noticias desde 1272. El nombre de Ayuda (L’Ajuda) se encuentra desde 1775, ya que antes se llamaba Bona Sort. La iglesia fue incendiada en 1654 por los franceses y se reconstruyó el portal hace dos siglos. Es una mezcla de estilos románico lombardo hasta el barroco. Es de planta rectangular con cuatro capillas a ambos lados. La bóveda es de crucería. Pila bautismal de piedra. Conserva buena parte de los muros levantados y del campanario, en el que se añadió un nuevo piso en el siglo XV. El portal es de gusto renacentista. Cada segundo domingo de Septiembre, hay una romería popular.

Por la falta de costumbre, cada día resulta un poco difícil encontrar la hora para salir a pasear con el perro, pero después de desayunar y unas cuantas vueltas por la cocina, es el momento de abrigarse un poco, coger la correa para Tro, y poner un pie en el camino, después de cerrar la puerta de la masía. Empiezo caminando casi siempre camino de la hermita, y paso a paso voy cogiendo ritmo. Tro abre camino, deteniéndose de vez en cuando para mirar hacia atrás. Yo procuro no perderle de vista, no vaya a ser que se escape muy lejos. Entre semana encuentro muy poca gente por el camino, lo que es todo lo contrario los fines de semana con mucha diferencia. Saludo a las personas con las que me cruzo y me detengo alguna vez a charlar con quienes también tienen ganas de hacerlo. Hablamos de la zona, y les pregunto si hay algo interesante que visitar por los alrededores. Cuando llega una pequeña subida, me detengo para respirar y descansar, el COVID me dejó secuelas y no puedo seguir el ritmo de una persona de mi edad, pero sigo hacia adelante, siempre un poquito más, aunque me duelan las piernas. Generalmente salimos entre una y dos horas, y a veces me paro para tomar alguna foto del lugar. 

 

Tro haciendo de las suyas

El primer fin de semana lo paso con mi amigo Pep. Nos levantamos temprano, Pep mucho antes que yo, pues es de esas personas que ponen el despertador cada mañana, cosa que no entiendo, y me recordaba a un amigo que también suele ponerlo a las 7:30, luego me dejaba dormir y cuando yo me levantaba ya me tenía el desayuno preparado. Parecíamos dos amantes, pero nada más lejos de la realidad, somos buenos amigos y estoy en su casa para cuidar al Tro y a Taki. Hoy se iría de viaje y yo me quedaría solo. Después de un día de pasarlo estupendamente, llegó la hora de irse, y le pregunté si quería que le acompañara a la estación, pero me dijo que prefería ir andando, que la estación de trenes estaba solo a cinco minutos. Nos despedimos y me quedé solo con mis pensamientos, esperando que esta noche no oyera los ruidos que había sentido en el techo de la casa. Debió ser algún animal que se había subido hasta el techo e incluso puede que hubiera entrado en la casa, y con la esperanza de no volver a oirlos, me acosté temprano.
Llegó el lunes, y la noche fue muy tranquila, hacía tiempo que soñaba con Toreros todas las noches, pero esta noche no fue así. Me aseé un poco y bajé hasta la planta baja a abrir la puerta principal, para que el perro y el gato salieran. Fui  a la cocina, y mientras preparaba el desayuno, me dí cuenta de que no se oía ningún ruido, miedo me dió. Salí a la puerta y grité «Troooo»  pero el perro había desapararecido, grité una y otra vez pero no aparecía. Soplé el silbado multitud de veces y el perro sin aparecer. Primer día y primer disgusto, mira que si pierdo al perro mientras Pep está de viaje. No lo quería ni pensar, estaba hecho un manojo de nervios, gritando y soplando el pito, pero el perro seguía sin aparecer. Cuando ya estaba a punto de que me diera un ataque de nervios, una figura pasó corriendo a mi lado, me volví, y allí estaba Tro, como si no hubiera pasado nada, mientras yo estaba apunto de un ataque de nervios y cerca de un infarto. Le grité y no me hizo ni caso, pero como siempre, cuando habría la puerta de la cocina, él era el primero en entrar, por si caía algo de comer, ya habíamos superado el mal trago de su primera escapada. Ya le había puesto su desayuno a ambos, al perro y al gato, y Tro, como hacía siempre, espantaba al gato para comerse su comida. El gato se separaba asustado de su plato, y mientras no me daba cuenta, allí estaba Tro para zamparse lo que hiciera falta. Le gritaba y se separaba un momento, pero en cuanto me descuidaba, volvía a la carga. Una vez desayunado todos, cogía la correa de Tro y nos ibamos a emprender lo que sería nuestra caminata diaria por los alrededores. Había muchos donde elegir, y Tro andaba como luego en cuanto le soltaba de la correa. Yo siempre procuraba mantener un ojo sobre él, pero no se sabe como, cada dos por tres desaparecia, entonces comenzaba a gritar y a pitar, pero Tro no aparecía hasta que no le daba la gana. De vez en cuando me entretenía en hacer alguna foto, le hablaba a Tro, y saludaba a todo aquel con el que me cruzara por el camino. Entre semana es difícil encontrarse con alguien, no así los fines de semana, en que mucha gente viene a caminar, o en bicicleta, a caballo, en moto o en quad, y según el camino era mas o menos estrecho, hasta algún coche me cruzaba.

Aeródromo de Balenyá-Tona. Refugio en la guerra civil

Después de una o dos horas de paseo, volvimos a casa, y volví a ponerle algo de comida a Taki, ya que Tro se la había zampado. Takí tenía dos vasitos de cristal para su comida y la bebida, y en un momento dado en el que llevaba su platito con comida en una mano,  y en la otra una tostada para mí, el gató saltó sobre mi mano y el vasito salió disparado,  esturreando toda la comida por el salón y haciendo añicos, cuando el vasito tocó el suelo. Había miles de cristales por todas partes, y yo solo miraba que el gato no andara por encima de ellos. Rápidamente cogí la escoba y me puse a barrer. Primero retiré el vasito con el agua, y lo puse en la repisa, pero cuando intenté buscarlo de nuevo, ya no lo encontré, parecía mi casa, donde todo desaparece y nadie sabe dónde está lo que buscas. Acabé de recoger los cristales, y cuando metí la mano en el bolsillo de mi chaqueta, me pinché con uno de los cristales rotos. No sé de que modo habían llegado los cristales hasta mi bolsillo, pero no hubo más remedio que sacarme la chaqueta del revés, para que los cristales cayeran al suelo. Y ese fue el comienzo de mi primer día en solitario.
Al cabo de un rato me llamó el Productor, para preguntarme como me iba, y por si había grabado alguna de las canciones que tenía que grabar. Que va, le dije, estoy más vago que la chaqueta de un guarda, y ahora mismo no me apetece ni grabar ni escribir. Hablamos durante un rato y quedamos para otro día.
Y llegó el gran problema, había que hacer de comer, y yo no estoy acostumbrado a preparar nada. Habitualmente me preparan la comida en mi casa, y cuando estoy fuera, suelo ir de restaurante, pero no era plan, había que vivir en casa y llevar una vida hogareña, pero no sería tan fácil el tema de la comida. Ya había estado en el supermercado y comprado algunas cosas, pero ahora había que prepararlas. Al final decidí hacer unos tallarines con tomate y un bistec. Estuve comiendo deprisa, como siempre, y le dejé un poco de tallarines a Tro, de los que dió cuenta ipsofacto. Luego me tumbé a ver una pelicula en el sofá y me quedé dormido. No sé cuanto tiempo pasaría, pero cuando desperté, ya había que decidir si hacía algo en concreto, o me preparaba la cena. Decidí ver un poco más una serie y pronto llegó la hora de cenar. No cené demasiado, cosa extraña en mi, y después de llenar la barriga vi un poco más la serie y me fui a dormir.
No voy a contar mi vida diaria en la masía, puesto que casi todos los días fueron iguales, exceptuando las tres visitas al médico para que me quitaran los puntos del tumor que me habían operado y algunas anécdotas que me sucediron. El primer día no me los pudieron quitar todos, pues la herida estaba algo fresca, así que tuve que volver otro día. La segunda visita los puntos ya habían caido por si solos, pero la herida estaba abierta y eso no fue muy buena señal de que todo fuera bien. Quedamos en volver todos los días para que la enfermera me curara, pero cuando llegó el fin de semana, me indicó como hacerlo yo mismo, y me recetó una medicina, para que una vez cayera la costra, me lavara la herida con ella y me quedaría menos cicatriz.
El martes, cuando salíamos a pasear, se me calló el llavero, y en el había un botecito de cristal relleno de arena de vete a saber donde, y que fue un regalo a Pep de su hijo. Cuando miré hacía el suelo, vi que el botecito estaba roto y toda la arena esparcida. Que desastre. Me supo fatal que el segundo día que cogí las llaves, el botecito se rompiera, y precisamente se me rompió a mí. No había nada que hacer, solo lamentarlo y a ver cómo se lo tomaba Pep cuando volviera. El resto del día fue parecido al anterior. Caminata, comida, película, cena y a dormir. Aunque Tro seguía haciendo de las suyas, y aprovechando que Pep no estaba en casa y no le mandaba, se cagó bajo la mesa del salón. Tro seguía tomándome el pelo, y había aprendido a saltar una pequeña puerta que le mantenía separado del jardín, pero que el muy golfo aprendió a saltar. Mi lucha diaria era con Tro, pero no podía exigirle mucho a más a un cachorro de seis meses, que lo único que quería era jugar.
Hoy me ha visitado Bernat, un amigo que me hace pasar toda la mañana más rapidamente de lo normal. Hablamos de su vida y de la mía, de sexo, y de amigos en común. Me lo pasé muy bien, y agradecí mucho su visita. Al día siguiente Tro volvió a cagarse bajo la mesa, pero después de una pequeña bronca, ya no lo volvió a hacer más. Hoy era el día de ir al pueblo a comprar pan. Compré una torta de payés de Osona, que tenía muy buena pinta, y luego nos fuimos Tro y yo con la furgoneta hacia el Castillo de Tona, no sin antes hacer una parada en L’Esclat para comprar algo de comida, y como me pasé de camino, me desvié en la carretera por una vereda donde creí poder dar la vuelta, con tan mala suerte que la furgoneta se quedó atascada. Tras varios intentos de salir del vacio en que quedó colgada la furgo, no tuve más remedio que llamar a la Grua. Dos horas estuvimos allí, hasta que la grúa me sacó del sumidero, y mientras espárabamos, Tro no tuvo una idea mejor que zamparse unas galletas que había comprado junto con el pan. Ya era mediodía, y el hambre empezaba a apretar, así que fui a comprar unos pincelespara limpiar algunas piezas del drone, que había aterrizado en la arena, y ahora no funcionaba el Gimball. Luego fui al supermercado, compre nuevas viandas,  y volvimos a casa. El resto del día fue parecido al anterior.
Llegó el viernes, y tuve que ir hasta Centelles, a recoger a un amigo que venía a verme. El tren en el que vino no paraba en Hostalets, por eso tuve que ir a recogerle un poco más lejos. Fue una alegría tener de nuevo compañía, y ya podía compartir caminatas y charlas conmi amigo Rafa, quien se quedaría un par de días. A Rafa le encantó eso de encender la chimenea, y ello que se pasó todo el tiempo, poniendo troncos de madera en el fuego. Me gustó que viniera porque hicimos un poco de sicoanálisis, y además estuvimos hablando sobre la manera en que podría ayudarme a novelar mi libro. Al segundo día de llegar Rafa, llegaron Nuria y Emilia, lo cual fue una pequeña sorpresa, pues un par de días antes había discutido con Nuria, pero como ya nos conocemos de toda la vida, el agua no llegó al rio, y allí que estaban estas dos mujeres, cuya principal dedicación fue limpiarme la cocina. Después de una suculenta comida, nos fuimos todos a pasear, hasta que llegó la noche y mis tres amigos volvieron juntos a sus casas, quedándome otra vez solo. Tro se ha portado casi bien todo el día, quitando que ha sacado todos los papeles de la basura y ha aprendido a poner las patas sobre la encimera de la cocina, cosa que a Pep no le gusta nada, pero cuando vuelva Pep, ya lo volverá a educar. 
En una de mis salidas con Tro en la furgoneta, me ha destrozado un precioso sombrero que había traido de México, pero claro, qué iba a hacer el pobre, si le había dejado solo en la furgo mientras iba a comprar. Por la tarde de ese día, fuimos a tirar la basura, que está a casi 1 km de casa, y de paso estuvimos caminando un rato.
Y a media mañana del domingo, llegó de vuelta Pep, acompañado por Beni, un amigo de Terrassa. Cuando venían de camino, encargaron un montón de comida en el pueblo, y al medio día, dimos buena cuenta. Luego Beni se fue a su casa, ya que tenía que ver una obra de teatro, y Pep y yo nos quedamos solos, aunque por la noche fuimos a un concierto de Adam Giles, del que ya teniamos las entradas antes de irse de viaje. Al concierto también vinieron Daniel y Gerardo. Luego fuimos a cenar y a tomar unas copas por Vic y de regreso a casa.
Y así transcurrió mi retiro hasta el día en que me despedí de Pep y seguí mi camino.

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